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Buena práctica para el tratamiento de los TEA

Siempre me han preocupado los llamados «métodos milagrosos» para el tratamiento de las personas con TEA. Generalmente, cuanto más costosos, más dudosos me parecen. Sin embargo, ¡qué les podemos decir a esos padres que intentan buscar lo mejor para su hijo con TEA!. Por eso, he rescatado esta Guía de Buena Práctica para el tratamiento de los trastornos del espectro autista (2006) que es un estudio sobre la efectividad de los distintos enfoques de intervención que se aplica en el campo de los TEA.

En el artículo se analizan las evidencias científicas encontradas en distintos campos de intervención:

  • Tratamientos sensoriomotrices (integración auditiva, integración sensorial, Doma-Delacato…),
  • programas psicoeducativos y psicológicos (intervención conductual, fomento de las competencias sociales…),
  • sistemas alternativos/ aumentativos de comunicación (comunicación facilitada, sistema TEACCH,…),
  • tratamientos biomédicos (medicamentos psicotropos, antiepilépticos, dietas…),
  • y otras terapias, como la asistida con animales.

Los investigadores concluyen diciendo que existen muy pocos estudios sobre la eficacia de los tratamientos que cumplan los requisitos mínimos para que puedan ser evaluados en base a los criterios de la MBE:

  • Las muestras de los estudios suelen ser reducidas,
  • frecuentemente se encuentran en ellos elementos que limitan la fiabilidad
  • y la validez de los resultados (uso de criterios diagnósticos diferentes, falta de especificación de variables como la edad, las medidas de desarrollo del lenguaje o de las capacidades cognitivas…), o se realizan evaluaciones de la eficacia de la intervención en base a elementos que no se corresponden con los aspectos nucleares de los TEA.

De todas formas, parece que existe un acuerdo generalizado en la efectividad de las intervenciones educativas que inciden especialmente en el desarrollo de aspectos comunicativos y sociales, así como en el apoyo comunitario. Éstas intervenciones deben ser individualizadas, estructuradas, intensivas y extensivas a los distintos contextos en los que se desenvuelve la persona, y deben asegurar la participación de las familias, ya que éste es uno de los factores que se han identificado como fundamentales para el éxito de la intervención.

Sin embargo, según Mercedes Belinchón (2008), existe un amplio consenso internacional en torno a los siguientes puntos:

1) que la educación y el apoyo social son los principales medios para el tratamiento de todas las personas con TEA, durante toda la vida de éstas (por tanto, también durante la edad adulta);

2) que la intervención educativa se debe orientar al desarrollo de las competencias sociales, comunicativas, adaptativas y de juego y a la reducción, en la medida de lo posible, de los síntomas y conductas desadaptativas;

3) que la intervención educativa debe ser iniciada lo más tempranamente posible (idealmente, antes de los 3 años), debe ser lo más estructurada e intensiva posible (al menos 25 horas semanales), debe ser lo más extensiva posible (incluyendo todos los contextos en que se desenvuelve la persona –familia, centro educativo o laboral, comunidad), y debe contar con la máxima colaboración posible de los padres y familiares más próximos;

4) que la intervención educativa se debe complementar, en una mayoría de los casos, con tratamientos farmacológicos y programas conductuales o cognitivo-conductuales para el control de ciertos síntomas y problemas asociados específicos, y, en todos los casos, con estrategias de intervención orientadas a facilitar la inclusión social y normalización de las personas con TEA;

5) que la programación de la intervención debe ser individualizada, habida cuenta del diferente perfil de capacidades, dificultades y necesidades de cada persona con TEA;

6) que la elección de los objetivos y métodos de la intervención deben basarse en la evidencia científica actualmente disponible sobre la efectividad de los tratamientos, evitando programas (como las «lentes de Irlen», la terapia psicodinámica, el tratamiento con quelantes o con secretina, la terapia sacrocraneal, el método Dolman-Delacato, y otros) cuya efectividad real en el tratamiento de las personas con TEA no está documentada, y

7) que la programación de la intervención debe estar «centrada en la persona» y debe tener como principio rector garantizar una buena «calidad de vida» (relaciones interpersonales significativas, bienestar físico y emocional, autodeterminación, inclusión social…) tanto de la persona con TEA como de sus familiares.

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